El "mujik" y el espíritu de las aguas
León Tolstoi
Rusia, 1828-1910
Jesús llegó una tarde a las puertas de una ciudad e hizo pasar adelante a sus discípulos para preparar la cena. El, impelido al bien y a la caridad, internóse por las calles hasta la plaza del mercado.
Allí vio en un rincón algunas personas agrupadas que contemplaban un objeto en el suelo, y acercóse para ver qué cosa podía llamarles la atención.
Era un perro muerto, atado al cuello por la cuerda que había servido para arrastrarle por el lodo. Jamás cosa más vil, más repugnante, más impura se había ofrecido a los ojos de los hombres.
Y todos los que estaban en el grupo miraban hacia el suelo con desagrado.
--Esto emponzoña el aire -dijo uno de los presentes.
--Este animal putrefacto estorbará la vía por mucho tiempo -dijo otro.
--Mirad su piel -dijo un tercero--: no hay un solo fragmento que pudiera aprovecharse para cortar unas sandalias.
--Y sus orejas -exclamó un cuarto-son asquerosas y están llenas de sangre.
--Habrá sido ahorcado por ladrón -añadió otro.
Jesús les escuchó, y dirigiendo una mirada de compasión al animal inmundo:
--¡Sus dientes son más blancos y hermosos que las perlas! -dijo.
Entonces el pueblo, admirado, volvióse hacia El, exclamando:
--¿Quién es éste? ¿Será Jesús de Nazaret? ¡Sólo Él podía encontrar de qué condolerse y hasta algo que alabar en un perro muerto...!
Y todos, avergonzados, siguieron su camino, prosternándose ante el Hijo de Dios.
Tomado de Cuentos escogidos, Editorial Porrúa, México, 1999
El "mujik" y el espíritu de las aguas
León Tolstoi
Rusia, 1828-1910
Un mujik dejó caer su hacha en el río y, apenado, rompió a llorar.
El espíritu de las aguas se compadeció de él, y presentándole un hacha de oro, le preguntó:
--¿Es la tuya?
Respondió el mujik :
--No, no es la mía .
El espíritu de las aguas llevóle otra de plata.
--Tampoco es ésa -dijo nuevamente el mujik.
Entonces el espíritu de las aguas llevóle su propia hacha.
Viéndola, el mujik exclamó:
--¡Esa es la mía!
Para recompensarle por su honradez, el espíritu de las aguas le regaló las tres hachas.
De vuelta en su casa, el mujik mostró su regalo, contando aquella aventura a sus compañeros.
Uno de ellos quiso hacer lo que él; fue a la orilla del río, dejó caer su hacha y rompió a llorar.
El espíritu de las aguas presentóle una hacha de oro y preguntóle:
--¿Es la tuya?
El mujik , lleno de gozo, respondió:
--¡Sí, sí, es la mía!
El espíritu de las aguas no le dio ni la de oro ni la suya, en castigo de haberle engañado.
Tomado de Cuentos escogidos, Editorial Porrúa, México, 1999
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